ANTE LA DECADENCIA DEL CENTRO CULTURAL HELÉNICO

Por Enrique Olmos de Ita (@olmosdeita)*

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Hubo una época en las artes escénicas mexicanas, no muy lejana dicho sea de paso, en la cual el Centro Cultural Helénico era un sitio prestigiado por la cantidad y calidad de las actividades, las personas que transitaban en él y la renovación ante el concepto “del nuevo siglo” que generaba por sí mismo una sacudida, una especie de rectificación de los saberes, la forma y el fondo del oficio.

Especialmente respecto a la dramaturgia, se vivía en un clima de sintonía con el mundo, de ponderar las dramaturgias de otros territorios con el quehacer local, de descubrir autores, descentralizar (por fin) el mapa de la literatura dramática mexicana. Y aunque el teatro para públicos específicos no era prioridad, el fenómeno respecto a los jóvenes fue interesante, pues muchos espectadores primigenios de la Ciudad de México encontraron en los teatros del Centro Cultural Helénico, ubicado al sur del extinto D.F., el sitio propicio para integrarse a un discurso y debate sobre ciertas poéticas; escuchar y ser escuchados.

La época de esplendor estuvo a cargo de Luis Mario Moncada como director (duró siete años y culminó en 2008), siempre con un equipo de trabajo audaz y aunque el término justamente haya pasado de moda, “juvenil”. Parte de la estrategia de Moncada fue reunir a un grupo de talentosos artistas lozanos a su alrededor, como funcionarios o colaboradores. Se acuñaron conceptos, personalidades del teatro internacional nos visitaron, las lecturas dramatizadas se pusieron de moda y el Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo se consolidó como la plataforma de lanzamiento de los autores novatos.

Es fácil advertir, al revisar los ganadores y finalistas de ese premio, que se publican en una antología del Fondo Editorial Tierra Adentro, que gran parte de los autores ahí confinados hoy son la mayoría entre quienes estrenan obras a lo largo de la república teatral. Nacidos en los setenta y ochenta, pusieron sus obras sobre la mesa de la teatralidad a partir, en buena medida, de las gestiones de Luis Mario Moncada que se replicaron a otros espacios.

La gestión posterior de Antonio Crestani (2008-2011) y de José María Mantilla (2011-2012) limó las asperezas contraídas con el Instituto Cultural Helénico (un extraño centro educativo, incrustado en las mismas instalaciones) y dotó al lugar de una cartelera bífida, con teatro de investigación y sustentado en una partitura estética, pero también comercial, con directores y sobre todo actores de otros ámbitos, más cercanos a la televisión y al cine. El teatro para públicos específicos ganó también un lugar y las actividades pasaron de ser principalmente dramáturgicas a completamente teatrales.

Aunque con polémica, esa versatilidad, impulsada por el Centro Cultural Helénico, de alimentar una cartelera múltiple en su intención de público propició que muchos “artistas” obtuvieran visibilidad y empleo en proyectos de entretenimiento, otrora negados, restringidos.

Una fusión que aún no termina de cuajar y un modelo de producción aún por debatir, sin embargo, hay que convenir en que la gestión del Centro Cultural Helénico modernizó cierto discurso anquilosado y nos puso de lleno en el debate sobre los públicos, sobre todo porque en cada administración de la extinta CONACULTA el presupuesto del Centro Cultural Helénico disminuía y la única garantía de éxito para los grupos era una correcta gestión en taquilla, difusión máxima y ponderar sus teatros como los más ventajosos para la exploración teatral. Para un grupo independiente, durante la década pasada, tener una temporada en alguno de los recintos del Helénico significaba visibilidad, prestigio y algo de dinero por concepto de taquilla. Existía un público más o menos habitual y mucho interés de los teatristas (de todas las edades).

Esa época de oro del Centro Cultural Helénico despareció desde que se convirtió, año con año, en la recompensa de algunos funcionarios cercanos al régimen. Desde la llegada de Rafael Tovar y de Teresa a CONACULTA, hoy Secretaría de Cultura, el Centro Cultural Helénico no ha sido prioridad. La breve gestión de Lorena Maza (2012-2013) y el gris mandato de Joaquín Márquez Diez-Canedo (2013-2015), además de la actual dirección a cargo de Irma Caire (funcionaria cultural de largo aliento, que ha pisado prácticamente todas las oficinas del sector), desde junio de 2015, ha convertido al Centro Cultural Helénico en un lugar sin brillo, donde los nostálgicos como quien esto escribe, recordamos justamente un centro cultural brioso, no el plato de segunda mesa de una funcionaria rebasada por la modernidad.

La reciente polémica respecto a la renuncia de dos autores al premio Gerardo Mancebo del Castillo por violación a las clausulas de la convocatoria (detalle que debieron atajar en privado, institucionalmente), la tardanza en la respuesta oficial (Milenio reportó que la directora estaba muy ocupada en Morelia, en la consulta de La ley de cultura) y el claro desprestigio de los autores involucrados, jurados dando explicaciones vía redes sociales ante la nulidad institucional y en general un ambiente de hostilidad entre quienes promueven el exhaustivo cumplimiento de las normas y quienes prefieren dejarlo pasar, hacerlo ver anecdótico, ha provocado que uno de los máximos logros del Centro Cultural Helénico, el Premio Mancebo del Castillo transite como un chisme, antes que como una oportunidad de reunión de autores jóvenes y su verificación ante un publico.

El problema de fondo no es la renuncia al premio de un autor cuya obra ya tenía vida pública, ni de otro que había prestado su texto a un director consagrado para un ejercicio escolar que tuvo también salida al público. El problema de fondo es cómo Irma Gabriela Caire puede tener tiempo y energía para llevar a cabo la exigente tarea de ser al mismo tiempo directora del centro de artes escénicas más importante del país y directora de Animación cultural de la Secretaría de Cultura. Es incomprensible que una persona asuma dos cargos tan relevantes.

Lo importante de esta polémica, a mi juicio, debe derivar en saber cómo van a reparar, desde la institución pública el prestigio del premio, de los escritores finalistas, del jurado y al mismo tiempo aprovechar la coyuntura para centrar otros debates respeto al recinto. El presupuesto paupérrimo con el que opera (una funcionara del Helénico me relató que ellos llevan de sus casas papel para imprimir y material de oficina, ante el abandono de la Secretaría de Cultura para cubrir estos rubros) y la necesaria descentralización. Se olvida que es un centro cultural nacional, que opera con dinero de la federación, es decir de todos los ciudadanos del país, no sólo los capitalinos. Y no existe un plan para integrar al teatro del interior al Helénico, ni siquiera en la convocatoria de la programación permiten que participen grupos alejados a la Ciudad de México, ni se contempla un estipendio de viáticos para los que no habitan en la Ciudad de México y zona metropolitana. En la última emisión de la convocatoria de programación destruyeron los proyectos de los no seleccionados de forma arbitraria e ilegal, asimismo los talleres y la oferta de profesionalización ha perdido interés del gremio y del público, los teatros necesitan mantenimiento y, con el acelerado y caótico ritmo de la ciudad, espacios para hacer la experiencia de llegar hasta los confines de la Avenida Revolución menos turbada (sí, estacionamiento).

Cuento una anécdota: Hace más tres años, durante la gestión del músico Márquez Diez-Canedo al frente del Centro Cultural Helénico, hicimos un proyecto de descentralización de la oferta académica del lugar, pensando en activar una plataforma virtual de talleres teóricos (que podría complementarse con contenidos prácticos, presenciales), tal y como lo hace el CELCIT argentino con gran éxito. El proyecto tenía un costo adecuado para operar durante un año como programa piloto y después, si funcionaba, adoptarlo institucionalmente. El interés de los talleristas, pagaría la inversión en un año. Tan centralista y abonado a la soberbia, el ex director del Centro Cultural Helénico ni siquiera nos recibió (con cita previa), argumentando que él tenía un mejor proyecto para la “página virtual”. No hay nada; el Centro Cultural Helénico sigue siendo un espacio federal, de consumo prácticamente chilango.

Así ha operado el Helénico durante estos últimos años, de espaldas a la comunidad, a las propuestas, a los creadores de todo el país y además con nulo sentido de la convivencia y la modernidad, sin disponer en la silla de la dirección a un gestor profesional dedicado a las artes escénicas, no a culminar una larga trayectoria en la función pública.

El fondo del debate sobre el Premio Nacional de Dramaturgia Joven Mancebo del Castillo, que origina este comentario y muchas publicaciones en redes sociales es el mismo, asumir generacionalmente la potestad sobre las instituciones, debatir a fondo las convocatorias, las cláusulas (su pertinencia o modernidad), los presupuestos generales y particulares; reorganizar los espacios de trabajo que en algunos casos están secuestrados o bien por la burocracia o por la incapacidad de gestión. Sin quererlo, Verónica Musalem, Alejandro Ricaño y Ricardo Perez-Quitt le hicieron un favor al teatro mexicano al declarar desierto el premio después de tal cantidad de anomalías, pues abrieron un debate necesario en otro orden, el de refundar el Centro Cultural Helénico.

 

*ENRIQUE OLMOS DE ITA (Llanos de Apan, Hidalgo, México 1984). Es dramaturgo, crítico de teatro y narrador. Fue colaborador del periódico Milenio diario como crítico de teatro y habitualmente colabora en la revista La Tempestad y Paso de Gato mantiene la columna Purodrama en la revista Replicante. Estudió la licenciatura en Humanidades en la Universidad del Claustro de Sor Juana de Ciudad de México y en la Escuela Dinámica de Escritores de Mario Bellatín. Ha recibido varios premios nacionales e internacionales como dramaturgo; sus obras de teatro se han montado y publicado en varios países, superando la veintena de puestas en escena profesionales. En el año 2013 recibió el Premio Nacional de la Juventud en México.

**El texto publicado es responsabilidad de su autor.

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