Ensayo: LENGUA MUERTA

Por Viridiana Nárud (@viridianaeunice)

George Orwell predijo que la política del lenguaje podría hacer perder su significado humano a la palabra, ya que ésta se somete a la bestialidad política y la mentira. Sin embargo, a pesar de esta advertencia, pareciera que en el teatro actual mexicano se ha politizado y por lo tanto su lenguaje ha quedado al servicio de mentiras y retóricas. Y no sólo a servicio de un arte politizado, esto ya de por sí triste, sino a servicio de artistas politizados que se empeñan en recrear formulas y mantener un reino de ingenuidad en donde no crezca más que su propio pensamiento. Que al ser tan limitado, corto de miras, castra a una generación.

El tema de los “43”, las desaparecidas en Juárez, en el estado de México, la Casa Blanca, son temas que se deben de tocar. Por supuesto que no debemos ser evasivos como artistas ante temas que afectan nuestra cotidianidad, el Ser propio y colectivo. Porque parte de la libertad es entender el proceso histórico que enfrentamos. Nuestros cuerpos, mentes contienen Historia que afecta nuestro acontecer diario. Sería absurdo no darle una voz, sin embargo, para que esta voz sea válida tiene que encontrar su propio lenguaje y no puede ser el mismo que se escucha en las noticias o el de nuestro políticos, porque estas palabras nos han mentido. Es algo que no tendríamos porqué olvidar.

Lo que en un principio, como la narratugia, fue un acto espontáneo se llenó de mecanismos fríos llenos de clichés y repeticiones sin sentido. Dice Raúl Zurita, poeta chileno que ha escrito sobre la dictadura de Pinochet, sobre lengua lo siguiente:

“Una lengua es un acto de amor, un acto de amor que nos sobrepasa infinitamente porque es la única resurrección […] que nos muestra el mundo, el sonido de la lengua que es el sonido de sus muertos, de todos los quienes la han hablado y cada palabra que decimos es coreada por los muertos que renacen en ella”.

Con esta reflexión acerca de la legua pienso que podemos ir más allá y no terminar una oración con “Dijo” y “Dije”, que son palabras constantes en la narraturgia mexicana. Como si el remate de una oración no tuviera más recovecos y la lengua no quisiera expandirse en la libertad. Las palabras se han vuelto ambiguas. Los escritores han perdido estilo para someterse a retóricas a favor de becas y compadrazgos. Han puesto el lenguaje en descomposición de una política y no de la poesía. Hemos dejado de ser humanos, de configurar el pensamiento para empezar a embrutecerlo. Un claro ejemplo es la obra “Bye bye Bird” en donde el español es lapidado y el inglés es sólo un balbuceo.

Sería mejor balbucear que decir palabras muertas. Al menos, en el balbuceo existiría desesperación por no saber pronunciar, una necesidad de pensar lo que queremos decir.

Hace algunos años Eduardo Milán, poeta uruguayo, me dijo que México enfrentaba su mejor momento para el teatro. En un principio dudé de sus palabras, empero, si vemos el número de premios y la industria que ha invertido en ellos, como teatreros deberíamos detenernos y pensar si no es un arma que nos invita a nuestro propio aniquilamiento y entregarnos a la masas. Sería necesario hacer una pausa antes de aventarnos al precipicio y seguir a todos los búfalos en su marcha suicida.

Nuestra lengua es la lengua de todos los muertos.