Reseña: Perderlo todo, menos la soledad

O cómo encontrarse con el “yo” y el “otro”.

Fredo Godínez (@AlfiePingtajo)

I – ¿Cómo se llega a una obra?

Muchas veces he sostenido un sinfín de conversaciones con hacedores, gestores y amantes del Teatro sobre el por qué eliges ir o no a ver una obra.

El lugar común suele ser: elenco, dramaturgo, director, sinopsis de la obra y en extrañas ocasiones la compañía productora.

El título de la obra no es una de las elecciones de las personas con las que llegué a hablar. Y es que a veces el nombre puede ser referencial, poético o inspirado en alguna escena o palabra que se repite mucho.

En esta última visita a la CDMX, hice una elección basada en tres motivos: conocer la dramaturgia y actuación de Valeria Fabbri, y lo poético del nombre: “Perderlo todo, menos la soledad”.

 

II – El “yo” ante la obra.

Después de la espera acostumbrada entro en la sala, primera fila y en medio, siempre me ha gustado ver las obras desde ese lugar. No me gusta ver las cabezas de nada y no quiero que nada me estorbe para ver limpiamente a las actrices y actores, así como al escenario.

Me impresiona ver un escenario que bien podría participar dentro de las exposiciones/intervenciones arquitectónicas que se instalan en la Alameda Central, dentro del famoso Mextropoli.

Lejos de parecerme ruidoso, me llamó la atención saber cómo iban a utilizar la misma a lo largo de la obra.

La obra ha comenzado y en la parte más alta del escenario, aparece -la que asumo será- la protagonista de la obra. Su presencia vocal y actoral en escena lo marcan. Y como dictan los recetarios de escritura: la primera escena atrapa y llama la atención: algo extraño le está pasando a la protagonista y no sé qué es. Sólo sé que tiene unas ganas de volverse invisible en una ciudad, donde esa ya es una condición de vida. Sin embargo, la protagonista vive una etapa de esas que uno suele tener: soltar todo y largarse sin mirar atrás. Ella ha deseado cambiar de aires y se ha ensimismado tanto en ese deseo que sin darse cuenta ya recorrió toda la línea 2/línea azul del metro y está llegando por tren ligero al Estadio Azteca.

Luego, también sin darse cuenta, se percata que su cuerpo sigue en la estación Zócalo del Metro y ella anda en algún otro lugar del mundo. Posteriormente le invade un ansia de reencontrarse con su cuerpo y al mismo tiempo entender lo qué está viviendo.

De pronto, como todo viaje místico, aparece una especie de Virgilio que se ofrece a ayudarle a encontrar su cuerpo. Él puede hablar con ella, pero no pueden verse y si eso no fuera suficiente para tener una extraña comunicación, este acompañante “místico” es un hombre mayor y con un estilo muy “propio” de hablar que provoca, constantemente, muchos errores en su comunicación.

Después de estas escenas que acontecen relativamente rápido, se vienen una serie de vueltas de tuercas que rematan y rompen al espectador o al menos a mí sí me rompió. Dejándome un sabor agridulce en la boca.

El escenario es certero. Es bien usado por los actores a lo largo de toda la obra y al final forma parte de una de las tantas metáforas que tiene.

 

III – El “yo” después de haber visto la obra

La potencia dramatúrgica y -por qué no decirlo- poética que despliega Fabbri en su texto es maravillosa. Con escenas poco pretenciosas y sí precisas y muy metafóricas logra entregar al espectador una obra que invita a reflexionar sobre: las ausencias comunicativas que tenemos como sociedad; el distanciamiento lingüístico que tenemos con las generaciones que nos antecedieron; el lugar que nos gustaría ocupar en el mundo y la forma en que nos percibimos como individuos ante nosotros mismos y ante la masa.

Entré esperando una obra que hablará de la soledad desde un punto de vista, casi romántico, y salí confrontado con mis procesos internos que estaba y sigo viviendo: saber cómo afrontar la soledad circunstancial y la soledad que uno elige; seguir aprendiendo a vivir con mis grandes lapsos depresivo/ansiosos y no fracasar en el intento.

A veces es tanta la desolación que he olvidado que puede uno sobrevivir sin el cariño o comprensión del otro, pero cuando pierdes el propio; entonces ya se convierte uno en un muerto viviente.

Y al mismo tiempo; esta obra me vino a recordar que mientras sepa dónde y cómo estoy, será más fácil que alguien logré encontrarme para acompañarme el tiempo que la vida y la circunstancias lo permitan.

A veces, dicen por allí que para encontrarse es necesario extraviarse un poco.

 

IV – Epílogo

No sé, si en verdad este es el objetivo del texto y de la dirección de la obra; empero yo salí de esa forma. Cada uno tendrá su propia versión/visión/sensación de la obra y en eso radica la belleza del Teatro.

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“Perderlo todo, menos la soledad”.
Dramaturgia: Valeria Fabbri.
Dirección: Cecilia Ramírez Romo.
Elenco: Miguel Flores, Paulina Méndez y Valeria Fabbri.
Teatro La Capilla (Calle Madrid #13, Col. Del Carmen, Alcaldía Coyoacán, CDMX).
Jueves: 8PM.
Hasta el 26 de septiembre de 2019.
Duración: 80 minutos.