Hamlet

Por Viridiana Nárud (@viridianaeunice)

La adaptación en sí misma es un arte que conlleva trabajo poético que no sólo tiene que ver con un entendimiento de la obra al nivel de la palabra, sino también simbólico. Hamlet es un personaje icónico que en sus bases profundas terminó siendo también un arquetipo que permite explicar la psique del hombre (homo sapiens). En esta ocasión la directora y adaptadora Angélica Rogel impuso su discurso en la propia obra y no escuchó a Shakespeare.

La voz de Shakespeare es tan fuerte que el mundo conoce más la Inglaterra dibujada por este dramaturgo inglés que la historia escrita por William Camden y se ha convertido en un referente de la literatura y no sólo del teatro en el mundo. Su poesía trascendió idiomas y no importa cuántas veces lo veamos o escuchamos, siempre parece nuevo.

¿Qué se necesita para dirigir un texto? Se necesita escuchar al texto. El texto marca un ritmo, silencio y fuerza. Angélica Rogel no escucha la voz del autor ni las palabras que pretende apropiarse. Un Hamlet sin locura y sin drama interno en donde el monólogo de ser o no ser no se ha dicho con la fuerza necesaria, no es Hamlet.

Esta adaptación que se nos presenta no es drama ni es comedia, es casi un melodrama, pero tampoco lo es y en su hibridación pierde fuerza. Como crítica he aprendido a escuchar y ver al público. Hubo gente que se salió o que decía en secreto “eso se ve muy falso”, refiriéndose a la pelea entre Hamlet y Laertes. Y no es que la convención teatral no nos permita jugar, sino que existe la necesidad de ser congruentes en la escena y en la trama para que aquel momento de verdad sea tomado de tal manera y como falsedad teatral.

A excepción de Mauricio García Lozano, los actores no escuchan a su compañero, no actúan conforme a la necesidad de la trama, sino bajo una tutela impuesta que daña el tejido. Cito a Hamlet y regreso sus consejos para que sean escuchados: La acción debe corresponder a la palabra, y ésta a la acción, cuidando siempre de no atropellar la simplicidad de la naturaleza. No hay defecto que más se oponga al fin de la representación que desde el principio hasta ahora, ha sido y es: ofrecer a la naturaleza un espejo en que vea la virtud su propia forma, el vicio su propia imagen, cada nación y cada siglo sus principales caracteres.

La adaptación también implica un ajuste de la época y su siglo. Sin embargo, la esencia de Hamlet y su poesía deben respetarse y no significa que deban mantenerse intactas. Gabriel Chamé da una clase maestra de cómo apropiarse de Otelo y hacerlo comedia. El discurso para ser más grande que la obra, debe generar su propio discurso, tener sus propias palabras y seguir su propia lógica para no caer en incongruencias. Es vital la escucha, de esta nace la necesidad de hablar, de actuar, de dirigir y de entender.


La obra está en temporada en el Teatro Milán hasta el 1 de mayo. Consulta los detalles en nuestra cartelera