Teatro y poder

Por Viridiana Nárud (@viridianaeunice)

Si algo entendieron los griegos y la iglesia católica es que el teatro es una herramienta de poder para someter a masas. Los griegos, a través de las tragedias, demostraron a su pueblo el horror del Destino y cómo cualquier lucha contra él resulta vana. Los cristianos supieron adoctrinar, no sólo con la espada de dios, sino con la imagen de éste. La evolución del teatro ha dejado también un teatro dialectico que ha permitido que existan mesas de debate en torno a la obra para que el espectador se retire con un mensaje claro de lo que es la obra y qué debe pensar de ella. En un casting para un espacio existen jurados que te preguntan: ¿cuál es el mensaje? Sin embargo, ¿este tipo de discurso sigue vigente para una sociedad que no creen en nada?

La pregunta sería: ¿Por qué continuar con viejas dramaturgias si ellas se crearon para explicar o mantener el orden a una sociedad ya pasada? ¿Qué se gana en repetir infinitamente a los mismos autores? Chéjov, Ibsen, Shakespeare, Sócrates, Eurípides, Bertolt Berch… estos autores supieron denunciar el abuso del poder sobre una sociedad. Crearon nuevas formas de narrar y hacer teatro. ¿Por qué continuamos haciendo lo mismo? ¿Por qué la Verdad sólo puede ser expresada a través de esos cánones? ¿Qué la verdad con los años no es distinta?

Es necesario el aumento en el rigor de una nueva dramaturgia y no sólo aumentar ideas post dramáticas o performáticas a ésta. No sé si a cargo de jóvenes, pero sí a manos de personas que estén dispuestas a cuestionar lo que sucede en la actualidad en el teatro mexicano. Es cierto que existen dramaturgos que han roto con ciertas maneras de hacer teatro y han teorizado al respecto, pero después de un rato ya que ocupan un puesto dentro de la institución se vuelven holgazanes dispuestos a sentarse cobrar su sueldo y someter a sus alumnos a nuevos dogmas teatrales escritos por ellos. Los maestros de teatro están perdiendo la capacidad de cuestionarse a sí mismos ya que muchos prefieren la creación de un dogma teatral y fanáticos seguidores incapaces de cuestionarlos. También es cierto que existen jóvenes dramaturgos irreverentes llenos de energía que no están dispuestos a someter su dramaturgia a procesos de edición y tampoco del maestro. A veces, una mera ocurrencia no hace que el cambio sea verdadero.

La juventud nos permite ser irreverentes, el enojo nos impulsa a cambiar las cosas. Este es un llamado a los jóvenes, a la disciplina y a la expansión de la ideas. Cuestionar todo aquello que se nos presenta, no sólo el por qué también el cómo, los y nos obligar a crear nuevas brechas en el teatro. Nunca en individual, sino en comunidad. Es urgente abrir el diálogo y no sólo descalificar a otros con fríos argumentos que no tienen sustento. Si ha de descalificarse que no sea desde la soberbia.

El público demanda la creación de un nuevo teatro. Uno que le hable. No me refiero a ese teatro comercial que se conforma con un cartel de famosos –aunque sí sería necesario el cuestionar por qué las personas sí acuden a ese tipo de espectáculos de alto costo–. Hablo del teatro que se cuestiona el Ser. Porque si algo ha sido el teatro, además de poder, es el cuestionamiento constante del Ser. ¿Quiénes somos y a dónde vamos?