Por Viridiana Nárud
Al igual que Gringsberg he visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura. Hay algo en el arte que quien ha sido poseído por él vive constantemente agobiado por no saber cómo interactuar con el mundo. El artista parece un observador clave de la realidad, la entiende, es capaz de desentrañarla y traerla con aspecto de obra. Aunque muchas veces nos sentimos representados por una obra, y existen tantas en el mundo que hemos olvidado cuestionarnos, no importa la época, el artista siempre señala algo oculto dentro de las sociedades y el espíritu humano.
Hoy en día se viven tiempos muy confusos, el orden del bien y el mal ha desaparecido, lo feo ha tomado el puesto de la belleza y la censura se disfraza de derecho interpretado a modo de capricho. Joseph Campbell señalaba que venían momentos muy difíciles para el artista ya que se ha acabado con la idea de lo trascendente en la obra y el trabajo del artista a cambio de relaciones públicas. Ahora no vemos al que más sabe sino al que más conoce personas o maneja sus redes. ¿Dónde habita el arte? ¿Dónde habita el artista?
Existe un miedo intrínseco al arte ya que este no es apolíneo ni razonable, por el contrario es caótico, dionisiaco. Quién es poseído por su aura, por su capricho, no puede habitar la realidad sólo parece observarla. En la Antigüedad los escritores se encomendaban a las musas para poder regresar a casa ya que ante ellos se iba a abrir el mundo de los dioses, de lo invisible. Para los pintores se manifiesta el mundo de las formas. El artista ve la realidad mientras el mundo ve los fantasmas de ésta. No es un sujeto cómodo ya que irrumpe el orden de las cosas. Pensemos que la realidad es un conjunto de acuerdos hechos por una multitud, estos acuerdos que son marcados por personas más fuertes que otras, pretenden mantener un orden de poder, pero cuando eso revela lo real se muestra, Jacobo Grinberg lo llama Latiz y las hermanas Wachowski lo llamán Matrix. El artista toma la píldora roja y comienza a construir testimonios de la humanidad.
El arte nace en la Antigüedad como una manera de reivindicación ante la crueldad humana. El arte nos vuelve humanos. Pero pensemos que el artista no es un ser iluminado sino un poseso. Las grandes obras no han sido hechas por gente honorable y bella, por el contrario, han sido creadas por borrachos, asesinos, suicidas, locos, vagabundos, drogadictos e incluso neurodivergentes. Una fuerza los posee y en una vida de excesos ellos yerguen la realidad.
Pienso en Caravaggio, un asesino, homosexual, amante de pintar prostitutas (os) para retratar a la Divinidad. Caravaggio entendió que el ser humano habita el mundo de las tinieblas. Sus cuadros llenos de imágenes provocativas, sensuales, violentas, sublimes, hermosas, el verdadero orden humano es retratado por el pintor. En su vida, Caravaggio, vivía en constantes peleas las cuales siempre eran calmadas por sus mecenas, sin embargo, un día asesina a un hombre y tiene que huir de la Ciudad Eterna, nadie lo puede proteger del exilio, aunque sí de la cárcel. Al final de su vida Caravaggio quiere regresar a su ciudad, la culpa lo persigue y comete el cuadro de David con la cabeza de Goliat, la cabeza que cuelga de la mítica figura de David es la del propio autor, pide perdón ante su falta para regresar. No creo que haya sido casual elegir estos dos personajes ya que David somete al gigante apoyado con la fuerza Divina. Caravaggio, el gigante del arte, protegido de mecenas, ha sido vencido por lo superior y se redime a través de su obra, de su propia cabeza que cuelga aún sangrante.
El mundo está lleno de artista que intentan redimir su propia naturaleza a través de su obra. Miguel Ángel, uno de los artistas del renacimiento era un iracundo y violento pintor que era favorecido gracias a su talento. William Borroughs mató a su esposa en un viaje de heroína y Kerouac vivía anestesiado por el alcohol y las drogas, sin embargo, pudo escribir la novela “En el camino” que toma como punto de partida su propia vida y experiencias.
El arte es dionisiaco y destruye a quien posee. La única redención que queda para el sujeto poseso es la obra y una etiqueta poco cómoda de artista. La obsesión lo persigue, hasta que cada palabra, imagen, trazo, movimiento o sonido ocultos en el mundo de lo invisible queden materializados en el mundo de los hombres. Han traído ante nosotros el orden humano en medio del caos y confusión de su propia vida.