¿EL TEATRO HA MUERTO?

Por Viridiana Eunice @viridianaeunice

ElTeatroNoHaMuerto

Hace algunos días una amiga mía me decía que si pudiese personificar al teatro mexicano sería un señor viejito, jorobado con una pipa en mano dejando la estela del aroma a tabaco a su paso. Otro amigo me dijo que el teatro estaba muerto. Sin embargo, en una charla casual, Eduardo Milán, poeta uruguayo, me dijo que el teatro mexicano atravesaba un buen momento.

¿Por qué el teatro mexicano atraviesa un buen momento si los espectadores son escasos y sólo los teatreros se consumen así mismos y con críticas muy malas hacia sus trabajos? No es un tabú ni un mito decir que el teatrero mexicano se consume así mismo. De hecho si vamos a los teatros como el Centro Cultural del Bosque podemos encontrarnos con famosos dramaturgos, directores y actores del teatro independiente de manera continua en sus pasillos y carteleras. De igual manera los asistentes se repiten. Esta escena vuelve en todos los teatros que tengan una cafetería y concurrencia de público fija.

Sin embargo, el sistema que ha permitido que estos seres se reproduzcan entre ellos de manera desmedida, no ha contemplado ni imaginado los estragos de reincidir una y mil veces a los mismos directores, dramaturgos y actores en escena; a pesar de que la afluencia de público disminuye y los egresados de las escuelas y nuevos talentos aumentan.

Tal vez el ego del teatrero mexicano no quiera ver el por qué existe menos público. En definitiva no es sólo porque el teatro es un arte en resistencia, sino que su lenguaje, dramaturgia, actuaciones y la puesta en escena ya no comunican nada al espectador. Al teatro uno asiste para encontrar, no buscar, para reconocerse en el otro y no para decir “¿de qué iba?” Quizá los teateros mexicanos se niegan a ver que el lenguaje teatral necesita una revolución.

Desde la invención del cinematógrafo, el cine tiene más de un siglo retratando las emociones humanas. Se abren cada vez más cines porque existen espectadores que desean ver algo que les comunique o entretenga. El cine desde su creación ha sido un arte que ha resumido más de dos siglos de la historia del hombre. La revolución industrial en el Siglo XVIII creó a hombres máquina. Así que para que el arte pudiera continuarse expresando, una máquina tenía que retratar, de manera distinta a todas las artes, lo que es el hombre.

Un siglo después el cine ha creado nuevas técnicas y lenguajes que han permitido una mejor conexión con el público. El teatro mexicano, al parecer, a diferencia del cine, no ha entendido que la humanidad ha cambiado. Que nuestra manera de vivir en la ciudad no nos permite querer ir a ver una mala obra que dure cuatro horas con dos intermedios, o, ver una dramaturgia joven que sea un mero experimento y no una obra en sí misma.

Seamos sinceros, el público se encuentra preparado para ver nuevas cosas en cartelera; quienes no están preparados, al parecer, son todos esos seudoartistas preocupados por ser famosos, vivir del teatro, conseguir una beca, un puesto en una institución. En algunas platicas con dramaturgos, escucho su preocupación por ser vistos, por sobrevivir al tiempo. Sin embargo su búsqueda es errónea, ya que desean permanecer en él bajo el cobijo de las instituciones y la fama. Y no a través de una búsqueda espiritual honesta que permita retratar lo místico de la naturaleza y pasiones humanas.

Andrei Tarkovski dice en su libro “Esculpir el tiempo” que ‘la lucha por la perfección lleva a un artista a hacer descubrimientos espirituales, a ejercer esfuerzo moral. El anhelo por el absoluto es la fuerza motriz en el desarrollo de la humanidad. Para mí esa idea del realismo en el arte, está ligada con esa fuerza motriz. El arte es realista cuando lucha por expresar un ideal ético; es una lucha por la verdad, y la verdad es siempre bella. Aquí lo estético coincide con lo ético’. Sin embargo, algunos de los teatreros mexicanos no se encuentran en la búsqueda de la perfección y tampoco tienen ética; sólo quieren vivir bien del teatro.

El teatro necesita un ejercito de almas que conscientes de la realidad se enfrenten a ella. En el arte se necesita compromiso y un esfuerzo sobrehumano para decir lo que realmente se quiere. Es por ello que todo oficio artístico es para espíritus nobles. Si bien es cierto que falta reflexión en el arte, en las obras, en las críticas, son reflejo de una sociedad cada vez más consumista y menos interesada en el arte y la cultura; no exime al artista de no buscar y de no ser crítico ante su propia época. Un artista puede ser todo, menos un mediocre.

En mis asistencias al teatro, procuro siempre acompañarme de personas relacionadas de cierta manera a él. Sin embargo, cada vez aceptan menos mis invitaciones porque al salir de cada obra tienen una cara de astío y mis disculpas no alcanzan para alivianar su molestia.

El riesgo de permitir que maestros repitan su metodología y hacer de esta un cliché, provoca en esos jóvenes artistas la castración de su imaginación. Y un artista sin imaginación, es sólo un hombre. Y un hombre no quiere ir a ver al teatro a otro hombre, quiere ver a ese ser único que retrata de manera única su propia existencia.

Aristóteles decía que si el alumno no supera al maestro, entonces el maestro había fracasado. Maestros de escuelas de teatro, han fracasado en su noble labor. Han deseado crear alumnos séquito y no artistas críticos porque quieren cegarlos y ser ustedes los únicos soles en escena. Pero déjenme decirles algo, su llama se está apagando. Y ustedes alumnos que repiten sin cuestionarse las metodologías de sus maestros no verán si quiera la luz. Porque un artista debe crear sus propias metodologías para expresar lo que a su espíritu preocupa.

Esta nueva generación de creadores escénicos nacidos en los 80 se encuentra divida por aquellos que repiten sin imaginación lo que sus maestros les han heredado. También se encuentran aquellos que resisten a esas viejas escuelas y ven en el teatro una manera de expresión propia.

Definitivamente el teatro no está muerto. Agoniza para aquellos que se repiten así mismos o aquellos que quieren ser iluminados por falsos soles. Sólo debemos recordar que el teatro alberga a un universo y deja en el olvido aquellos que fueron infieles con él y brinda luz nueva a los que de manera honesta y sabia se acercan a él.

Poco a poco vemos apagarse la luz de Luis de Tavira, de Martín Acosta -el joven que prometió ser genio y nunca se consolidó mas que como una director efectista que se repite así mismo-. Existen esos maestros de transición como lo es David Olguín que sede su conocimientos a nuevos talentos. También se encuentran las nuevas generaciones que como jóvenes se comunican a nosotros, como es el caso de Diego Álvarez Robledo. O artistas que dan cobijo a otros sin afectar su imaginación como es el caso de Boris Schoemann.

El teatro vive un buen momento porque el público -que es el verdadero portador del espíritu del teatro- se ha revelado y exige ver mejores puestas en escena. Recordemos que para que el teatro exista sólo se necesita un actor y un espectador. Invoquemos a esas fuerzas que exigen ser escuchadas y démosle la voz e ímpetu necesarias.