Reflexión: ELECTRONES VS FICCIÓN

De David Gaitán*

Artículo publicado en Revista Capitel, Año 2, No. 8, abril – junio 2017.
Publicación trimestral editada por Universidad Humanitas,
México. capitel.humanitas.edu.mx

Acaso un rasgo afín a todo el teatro es la necesidad del creador por guiar la mirada a un espacio-tiempo en donde ocurren cosas. La búsqueda por organizar la percepción ajena -el arte en casi cualquiera de sus formas- puede entenderse como la sofisticación de un impulso cuyo objetivo es entender la propia existencia, encontrar anclajes a la realidad que provean la convincente ilusión de ser sólidos y rodearnos de referentes que nos aclaren nuestro tamaño en el universo. La ficción más exitosa para organizar nuestro lugar en el mundo es el tiempo; hoy, la tecnología sugiere que quizá sea también la más limitante.

El tiempo es una convención que la humanidad decidió aplicar en retroactivo sobre sí misma, sólo así pudo hacerse de un pasado que le contuviera; la historia del mundo empieza con el tiempo, pero la organización de la existencia que el tiempo sugiere no nació con el mundo, nació con el hombre. Se convirtió así en su invención más lúcida y, ahora que la ciencia parece haber alcanzado al concepto, en su muro perceptivo trágico. El teatro, sin embargo, ha sido el espacio donde se acepta que el tiempo -y cualquier otro aspecto de la realidad- opere distinto; durante siglos, y acaso sin saberlo, la humanidad ha ensayado su futuro en la ficción.

Entrando en groseras generalidades, las investigaciones dentro del minúsculo -pero omnipresente- mundo cuántico plantean desafíos científicos que de inmediato escalan (o decrecen) a temas filosóficos de altura, por ejemplo:

1. El tiempo no es necesariamente lineal, la decisión de organizarlo así (pasado, presente y futuro) es una de muchas posibles.

2. El presente puede modificar el pasado.

3. La decisión de habitar esta realidad es un ejercicio de la voluntad, pero no es la única

Si se investiga en internet sobre estas teorías es necesario lidiar con un denso filtro de “explicaciones fáciles para temas imposibles”; esto es sintomático de que el ser humano promedio se resiste a imaginar el mundo a partir de las teorías que llevan circulando más de cien años, tanto en circuitos especializados como de divulgación (Einstein publicó en 1915 la Teoría de la Relatividad General, que era ya una reformulación de lo escrito diez años antes). Nuestra resistencia como especie tiene fundamentos: incorporar ideas como el multiverso o el Campo de Higgs no sólo genera angustia, se complica más dado que la velocidad de los sucesos en la Tierra -comparados a la velocidad de la luz, por utilizar un referente lento- es increíblemente baja, lo que suma a la complejidad de asumir la no-linealidad del tiempo.

El espacio en donde el humano ha podido imaginar dinámicas similares y minimizar la angustia existencial es la ficción; ha significado, en cualquiera de sus plataformas, un espacio protegido para imaginar, profundizar e interactuar emotivamente con realidades paralelas. Ante esto surgen algunas preguntas interesantes: ¿la ficción representará para la ciencia una tabla de salvación cuando de introducir a la percepción general nuevas mecánicas universales se trate? ¿La literatura, el teatro, el cine, son la fisura que habrá de desgarrarse para abrir el cerebro de la especie?

O en un escenario menos optimista, ¿es justamente la ficción, y la asociación general que del término hay con lo artificial lo que sabotea el considerar como posible la existencia de lo que se nos dijo que no lo era? ¿Es la ficción el candado perceptivo que como especie nos imposibilita abstraernos de nuestro mundo tridimensional para imaginar otra combinación de factores que resulten -también- en realidad? Empujando el razonamiento, ¿es válido imaginar que sólo los artistas (los actores en particular) serán los que, llegado el momento, podrán ver más que el resto como resultado de ese músculo técnico obsesionado con generar verdad?

Uno de los experimentos que detona mayor pasmo, es el “experimento de Young”, mejor conocido como “experimento de la doble rendija” que se realizó en 1801 con el fin de discernir sobre la naturaleza ondulatoria de la luz y que, en 1989, se aplicó dentro del universo cuántico. La conclusión más desafiante es que un electrón puede estar en dos lugares al mismo tiempo; sin embargo, al medir este fenómeno, es decir, cuando la mirada se guía hasta allí, el electrón se materializa en una única presencia.

A pesar de la abundante reflexión filosófica que esta certeza ha implicado, el motivo por el que aún no ha cambiado todo, es que esta realidad múltiple sólo ha sido registrada en el remoto universo cuántico. Cuando de volúmenes perceptibles por el cerebro humano se trata, la contundencia de nuestra linealidad espacio-temporal se experimenta con tanta fuerza que la humanidad se resiste a asumir la revelación… hasta que asiste a una obra de teatro. El hecho escénico convoca la mirada ajena a ser testigo de una realidad que sólo existe como consecuencia de la voluntad de observar. Mientras que en el universo cuántico el ojo limita las posibilidades de la existencia, la ficción es el espacio acordado para interactuar con elocuentes volúmenes de materia que se exentan de la realidad.

Si durante el siguiente siglo la tecnología continúa reinventando el entorno con la ferocidad de la última década, la aplicación práctica de las revelaciones cuánticas puede tocarnos en vida; si la concepción de realidades simultáneas se hace cosa de todos los días, ¿implicará la muerte de la ficción? ¿O el arte se convertiría -extraña fantasía- en el remanso para contemplar una única, simple, domesticada y deliciosamente plana posibilidad?

 

*DAVID GAITÁN (1984, Ciudad de México) Estudió la carrera de Actuación en la Escuela Nacional de Arte Teatral de la cual egresó en 2009. En 2006 fundó la compañía Teatro Legeste con la que ha escrito y dirigido 5 montajes: ReMar, La Pura Idea Excita, Filial en 4, Escurrimiento y Anticoagulantes y Rastro. En 2009 co-fundó la Compañía Ocho Metros Cúbicos en la que funge como actor y dramaturgo, montando Pato Schnauzer, Disertaciones Sobre Un Charco y El Camino del Insecto. Ha participado como actor en más de 15 puestas en escena y 4 películas. Ha escrito 13 obras de teatro de las cuales 10 han sido puestas en escena y 4 publicadas. Ha dirigido 7 montajes. Ha sido invitado 3 veces a la Muestra Nacional de Teatro. En 2010 fue seleccionado como parte del grupo internacional de dramaturgos de la Royal Court Theater de Londres y en 2012 participó en la residencia artística del Lark Play Development Center, de Nueva York.