Reseña: HAPPY

LA FELICIDAD COMO ESCUDO ANTE LA REALIDAD
Fredo Godínez (@AlfiePingtajo)


I
Una casa o apartamento adornado por piezas de arte contemporáneo son los elementos que puedo ver sobre el escenario. De pronto; entra a la casa un hombre que oscila entre los 40 y 45, empapado y con actitud tímida, gritando-preguntando: ¡¿Eduardo?! Ante el grito, aparece una mujer muy joven en toalla y exclama-pregunta: ¡¿Acaso eres un ladrón?! El individuo se queda helado, y la mujer le dice: ¡es broma! Enseguida el varón se presenta: soy Alfredo, el mejor amigo de Eduardo. Palabras más, palabras menos esa es la primera escena con la que comienza la puesta en escena: “Happy”.
Ese primer acto me hace pensar que estaré ante una obra donde el humor negro será el recurso discursivo al que recurrirá constantemente la obra, razón por la cual sé que me la pasaré muy bien.
So pretexto de que Alfredo (mejor amigo de Eduardo) y su esposa Melinda conozcan a Eva (su más reciente conquista), los ha invitado a cenar a casa, aparentemente ese es lev motiv de la obra. Sin embargo, conforme avanza la obra sabemos que hay otro motivo: descubrir por qué Alfredo es “jodidamente feliz”. A Eva le dan desconfianza las personas felices, pues le provocan la sensación de que algo esconden o de algo huyen. A Eduardo le interesa saber por qué su amigo es excesivamente feliz. Conforme avanza la reunión y a través de comentarios rudos, de actitudes que muestran total desinterés de Eva por la vida de los invitados y de bromas cargadas de humor negro; Eva busca hacer explotar a Alfredo y así comprobar su teoría: él no puede ser “jodidamente feliz”, simplemente se está escondiendo o huyendo de algo que lo está carcomiendo por dentro. Y ese descubrimiento le hará ponerle fin a una de sus obras: La Felicidad.

II
Conforme avanza la obra me voy clavando en la historia y es tanto mi interés que siento que estoy siguiendo de cerca a los personajes; al mismo tiempo me doy cuenta que no todo el público está listo para el humor negro, pues somos unos cuantos los que nos estamos riendo constantemente.
A lo largo de la obra me voy identificando con dos personajes: Eva y Alfredo. Eva es una mujer que vive combinando una absoluta tristeza y una monstruosa franqueza. El humor negro, la ironía y el sarcasmo son una especie de salvavidas que se ha inventado para convivir con el mundo y no morir ahogada en el mar de la soledad. Por otro lado, Alfredo es alguien que a todo le encuentra el lado positivo y que ha hecho como propias las alegrías de otros, y en el camino ha dejado a un lado sus sueños. De Eva me atrapa la forma en qué ve la vida, y otra parte de mí simpatiza con la forma de ser de Alfredo (curiosa ironía).
Han pasado poco de más de cinco años, desde que tuve mi crisis depresiva-ansiosa. A lo largo de los años he asistido a terapia psicológica y la vida me dio la oportunidad de venir a cumplir parte de mis sueños: vivir en la CDMX y trabajar en la Secretaría de Cultura. Sin embargo, no he logrado encontrar el completo equilibrio. No me he permitido ser “jodidamente feliz”, a pesar de tener muchos motivos para serlo y tampoco dejo de estar “excesivamente triste”. Unos días me paró en actitud Eva y es cuando tengo la creatividad a mayor flote; otros me siento como Alfredo, pero se esfuma mis ganas de escribir.

III
Desde que tengo memoria, siempre se me inculcó la idea de que estar triste es algo negativo. A eso le agregan el aún existe rol masculino: los hombres no deben llorar, porque eso los hace ver débiles. Un “auténtico” hombre no puede permitir que lo vean vulnerable. También, recuerdo, que se recordaba que llorar o sentirme mal por una decepción amorosa era malo y de poca monta; lo único por lo valdría la pena mostrarse triste es por reprobar una materia, perder el trabajo o la muerte de algún ser querido. En pocas palabras; mientras no hubiera un “verdadero” motivo para llorar, había que estar felices y sonrientes.
Conforme avanza los años, he aprendido que estar triste y vulnerable no te hace menos hombre y estar feliz tampoco te garantiza que el día a día será mejor.
Probablemente, la solución más sana es encontrar ese punto medio que nos permita convivir en sociedad, pues al final como decía Aristóteles somos politikos, animales sociales y necesitamos del otro para sobrevivir. Ya lo vimos el pasado 19-S. Pero, por otro lado, debemos tener la capacidad de ser nosotros mismos sin importar nada ni nadie y pelear, siempre, por nuestros sueños. Y cuando sea necesario darle cabida a la tristeza, al enojo, a la soledad, a la felicidad y reconocernos dentro de cada de uno de esos estados emocionales.
Y sí, discúlpeme Doña Celia Cruz, eso de que la vida es un carnaval es un discurso propio de Disney. La vida es un lugar de claroscuros y el humano es ese héroe -estudiado por Propp- que sale de casa en búsqueda de una doncella o de alguna u otra tarea y que en el camino recibirá todo tipo de lecciones; al final regresará a casa triunfante o no, pero con un nuevo aprendizaje que lo convierten en alguien distinto al que salió por primera vez de casa.

IV
Vaya a ver “Happy”, querido lector y descubra cómo prefiere vivir: siendo “jodidamente feliz” o existiendo, a pesar de todo, pero auténtico, original y sin darle importancia al “qué dirán”

-o-o-o-o-

“Happy”
Dramaturgia: Robert Caisley.
Dirección: Angélica Rogel.
Elenco: Pablo Perroni, Yuriria Del Valle, Pablo Bracho, *Ana González Bello y *María Penella. (*Alternando funciones).
Teatro Milán: Lucerna 64, Col. Juárez, Del. Cuauhtémoc
Lunes 8:30 PM, hasta el 1 de enero de 2018.