Ensayo: PÉRDIDAS Y GANANCIAS DEL POSDRAMA
Por Viridiana Nárud (@viridianaeunice)*
Hablar hoy en día de posdrama resulta un lugar común. En la actualidad muchos utilizan este término sin ni siquiera haber leído el libro de Hans-Thies Lehmann. El surgimiento del posdrama nace por una necesidad artística intrínseca a una época. En el libro Teatro Posdramático, Leahmann dice:
Teatro posdramático se puede leer ¬–y de hecho se ha leído- de maneras muy heterogéneas, dependiendo de la cultura, la tradición y la escena teatral contemporánea de cada región (existen más de veinte traducciones): por ejemplo, como una crítica al modelo dominante en Europa; como arte poética de los nuevos idiomas teatrales; como la búsqueda de una teoría política en el teatro en el tiempo de los llamados lenguajes posmodernos…
La posmodernidad es un tema difícil ya que debemos caminar por terrenos intelectualmente endebles. Al menos, tenemos una ventaja, han pasado más de cincuenta años de la ruptura entre los modernos y posmodernos. Existen registros históricos que nos permiten, si no entender, al menos cuestionar. No sólo su existencia, también sus beneficios o perdidas en el arte actual.
Así es como Leahmann pone sobre la mesa cuestionamientos en el teatro, donde antes de los años 60 existía una dramaturgia predominante. Lehmann llegó a esta conclusión identificando la desjerarquización de los dispositivos teatrales. Cambia para siempre la manera de ver el teatro. Ya que después de esta puntualización el actor ya no sólo era sólo una persona que interpretaba a un personaje, sino que era un ser entrenado en muchas de las artes, como el canto, la danza entre otros.
También es cierto que debemos enfrentarnos como creadores a una problemática del posdrama: al concentrarse en una teoría, existen aspectos creativos que se pierden ya que ésta se encuentra a disposición de demostrar algo a favor del teórico. Sería necesario tomar en cuenta que esta teoría surgió debido a los cambios en el arte dramático donde Robert Wilson, Jan Fabre, Tomaz Pandur, Pina Bausch, Peter Brook, entre mucho otros, ya lo hacían antes de denominárseles posdramáticos.
Otro aspecto importante es la traducción. ¿Qué se gana? ¿Qué se pierde? ¿Cuál es el contexto histórico del país en donde se ha traducido? ¿Cómo afecta en la psique de quienes la interpretan fuera del país de origen?
En México, como una joven cultura mexicana, existen aspectos del teatro que son difíciles de entender debido a su juventud. México tiene una herencia del teatro del Siglo de Oro Español, donde el melodrama y las malas actuaciones prevalecen. Es a mitad del Siglo XX con Seki Sano, Alejandro Jodorowski, Ludwik Margules y Luis de Tavira que el teatro comienza a tener una revolución. Mientras que en 1970 Robert Wilson estrenaba “Einstein on the beach”.
Con “Einstein on the beach”, un artista muestra lo que sería el posdrama. Robert Wilson hace una ruptura con todos los cánones establecidos en su época. Esta obra es el reflejo de una sociedad que ha vivido dos guerras mundiales, donde el fin del mundo, a pesar de la deshumanización y la violencia, no se puede terminar. Así es como la humanidad rompe limites, fronteras –literalmente, creando nuevos estados. Por ejemplo Checoslovaquia, Rusia- una bomba atómica que destruyó la vida no sólo de quienes vivieron ese hecho en Hiroshima, sino también de generaciones futuras.
El arte es sólo reflejo de una sociedad y su política. Robert Wilson presenta un arte con rupturas, todo tiene que llevarse a un extremo. La dramaturgia ha perdido su importancia, la inclusión y pluralidad de elementos y lenguajes comparten espacio. Ahora no es la trama protagonista de la historia, sino las artes visuales (pintura, iluminación, video-clip), musicales, la arquitectura y la escena (teatro, danza, cabaret, circo…)
Ahora el teatro debería ser visto como un conjunto de rizomas para explicar la realidad. Así lo explica Hans Thies Leahmann:
La renuncia a la percepción de lo convencional de la forma (unidad. Identidad propia, estructuración simétrica, coherencia formal, conmensurabilidad) y la negación de la forma normalizada de la imagen, respectivamente, se realizan con una predilección por lo extremos. La ordenación de las imágenes, que en un doble sentido está sujeta al medio, al medio organizador y la posición en el medio, se transforma a través de la proliferación desbocada de los signos. Guilles Deluze y Felix Guattari hallaron la palabra clave, rizoma, para designar realidades en las cuales las ramificaciones inabarcables y los acoplamientos heterogéneos impiden la síntesis.
Esa es una de las esencias del posdrama, el rizoma. Del mismo modo, mostrando realidades inabarcables, se encuentra Jan Fabre. En “¿Quién dice mis pensamientos?” el director pone sobre una línea muy endeble el siguiente cuestionamiento ¿qué es lo real y moralmente aceptable? Jan Fabre se impone ante lo real contra lo escenificado. Cito nuevamente a Hans-Thies Leahmann:
Cuando sobre la escena se impone lo real contra lo escenificado este hecho se refleja en la platea como un espejo. Cuando el espectador se pregunta forzosamente (motivada por la práctica escenificada) si debe reaccionar ante el acontecimiento escénico como ficción (estética) o como realidad (es decir, moralmente, por ejemplo), esta naturaleza fronteriza del teatro con lo real confunde precisamente su crucial predisposición: la ingenua inseguridad y la certeza con las cuales experimenta su condición de espectador como un modo de comportamiento social poco comprometido.
En el teatro posdramático, la pregunta es por el lugar donde se sitúa en el curso de un evento la oscilante frontera entre teatro y cotidianidad.
Quizás una de las problemáticas en el teatro posdramático actual es que estas nuevas generaciones hacen teatro tratando de encajar en esta nueva etiqueta. No podemos cuestionar que muchos de los artistas que hicieron historia dentro del teatro posdramático pertenecen a una élite, no sólo artística, sino también económica. Sin embargo, debemos entender que fueron resultado de una época en donde las rupturas de un sistema, de esperanzas, se habían perdido. La Guerra Fría, el fracaso del socialismo, de las utopías…
Robert Wilson y Jan Fabre son reflejo de un teatro que ha perdido las esperanzas en un discurso grandilocuente. Ambos se encuentran en distintos continentes, sin embargo, es la posguerra que los une. En México, habrá que entender que el posdrama no es de nuestro país, que tenemos nuestras propias formas de hacer teatro y que para ello es necesario entender nuestra historia.
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* Escritora por necesidad, teatrera por convicción. Ha trabajado como directora, dramaturga y productora teatral, ha presentado obras en foros alternativos como: El Trolebús Escénico, Foro Shakespeare, Pandeo, Lucerna… Muchas veces se ha preguntado el por qué habría de escribir. Llegó a una conclusión: la realidad no le es suficiente. Cree que el mundo exterior tiene que ser revelado a través de esclarecimiento de las ideas y por ello el ejercicio de la crítica es fundamental. Egresada de la Escuela de Escritores SOGEM.
**El texto publicado es responsabilidad de su autor.
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